miércoles, 9 de noviembre de 2016

Santa Claus no hará parada en nuestra casa

Ya llega la Navidad. Bueno no, pero yo odio noviembre y la única manera de sobrevivir a la oscuridad eterna escandinava es pensar que la Navidad ya está a la vuelta de la esquina.

En fín, que aquí ya estamos haciendo listas y mirando regalos para la peque, pero no los traerá Santa Claus. Ni los Reyes Magos. Los traeran papa y mama y los abuelos y los tíos.

Aún no he tenido esta conversación con mi familia pero puedo claramente imaginar cual va a ser la reacción general:

¿Ay, pero por qué le vas a negar esa ilusión tan grande a la niña? Tú es que ya no te acuerdas de lo contenta que te ponías tú cuando venían los Reyes Magos.

¿Qué ilusión? ¿La de pensar que unos extraños van a meterse en su casa mientras duerme y dejarle juguetes porque ha sido una niña buena?

 Me niego.

En casa tenemos una política muy estricta de CERO MENTIRAS. Ni mentiras, ni secretos, ni chantajes.

Nada de esto queda entre tú y yo y será nuestro secreto.

Nada de tenemos que volver a casa a comer pero mañana venimos al parque otra vez, si no es verdad.
Si hacemos promesas las cumplimos, y no esperamos a que se olvide o la distraemos con otra cosa.


Parece una obviedad, pero para mucha gente no lo es. A veces pienso que lo "normal" es tratar a los niños como si fuesen tontos, con condescendencia, con trucos y engaños. ¿Por qué?
¿Por qué decirle a un niño que la tele está rota y no funciona? Si aprende a encenderla o la ve funcionando más tarde, va a saber que le hemos engañado. ¿Por qué no decirle que a mama no le gusta que vea la tele tanto rato y que si le gustaría ir a hacer un puzzle juntas? Os garantizo que 9 de cada 10 veces, la peque preferirá ir a jugar con mamá. Y ese 1 de cada 10 son momentos en los que está muy cansada o no se encuentra bien, y entonces mamá cede y le deja ver un episodio más de Pocoyo.

Es tan fácil como tratar a nuestros hijos con el mismo respeto con el que trataríamos a una persona adulta. Porque también son personas. 

Por eso, porque respeto a mi hija y porque no quiero que llegue el día en que se de cuenta de que mama y papa le han estado mintiendo durante años, nuestros regalos no los va a dejar Santa Claus. Ni los Reyes Magos.

Nuestros regalos van a venir de nuestras familias, de nuestros amigos. Van a ser un símbolo de que hay gente que nos quiere y vamos a celebrar que es Navidad (el tema del nacimiento del niño Jesús y la religión en general da para otra publicación independiente) y que... mmmhh... aún no sé qué vamos a celebrar el 6 de enero. Que estamos juntos, en nuestra segunda casa. Que hace miles de años, tres señores supuestamente siguieron a una estrella y le llevaron regalos al niño Jesús (sí, ese mismo cuyo nacimiento celebramos hace apenas dos semanas, ¿recuerdas?). 

Reconozco que aún no tengo todos los detalles. Pero sí se que no voy a decirle que los regalos han venido en camellos mágicos desde Oriente, ni en renos voladores desde el Polo.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las pequeñas cosas

Ayer fuí a recoger al pequeño troll y la encontré (de nuevo) sentada contemplando a los cachorros perrunos nacidos hace unas pocas semanas en casa de su cuidadora. Por lo visto pasa mucho rato simplemente mirándolos, y cuando los toca lo hace con una delicadeza inusual (mi hija es un poco salvaje muchas veces, pero nunca con los miniperros).

El caso es que no me oyó llegar y no se percató de mi presencia hasta que, estando detrás de ella, le dije "¡Hooolaa!". Y en ese momento se giró y su expresión cambió de asombro a felicidad absoluta en cuestión de milisegundos. Se puso en pie, me señaló con un dedo, miró a su niñera y exclamó:

- MIN mama! MIN!! MIN mama!! (¡MI mama! ¡MÍA! ¡MI mama!)

Todo esto con una sonrisa de oreja a oreja.

A lo que su cuidadora le respondió "Sí, es TU mama".

Mi hija se me acercó, me agarró la mano y dijo "casa", arrastrándome hacia la puerta.


Me encanta que sea feliz en casa de su niñera, que sé que lo es. Me encanta que sea como una segunda família, donde el troll está cómoda y contenta con todos.

Pero me encanta aún más que cuando nos ve a mí o a papuchi, se le iluminen los ojos y automáticamente decida a ir a casa.