sábado, 29 de octubre de 2016

Adaptarse a un bebé

El domingo pasado volvimos de una semana de vacaciones en Atenas, con el pequeño troll y toda la família directa de papuchi con sus respectivas parejas (en total, 8 adultos y la peque).

En general fue muy bien. Prioridad para pasar el control de seguridad, prioridad al embarcar... ¡a veces ir con un bebé te da un free pass en muchas cosas! Toda la familia paterna, en especial los abuelos, estaban súper ilusionados con la idea de llevar al troll de vacaciones - cosa que entiendo. Pero quedó bastante claro que no todo el mundo era consciente de lo que implica - al menos para nosotros - el viajar con un bebé de 18 meses.

Antes de seguir necesito hacer dos aclaraciones importantes:

1. No hubo quejas directas, ni discusiones, ni malas maneras en ningún momento.

2. Quizás es culpa nuestra porque puede que seamos un poco especiales, pero tal y como yo lo entiendo son los adultos los que tienen que adaptarse al ritmo del bebé, y no al revés.

Me explico.

A alguien le puede parecer ideal levantarse tarde, hacer un brunch a las 11, y pretender salir por la puerta a las 12 para ir a dar una vuelta por Atenas. Yo lo entiendo, son vacaciones.
El problema es que mi hija se ha levantado a las 7 de la mañana y después de almorzar a las 11.30, necesita dormir. "Ah, ¿pero no puede dormir en el coche?". Sí, claro. Pero el concepto de una power nap de 20 minutos no funciona con los críos. Necesita dormir más. "Pero ¿y no puede dormir en el carro?". Sí, pero si la llevas a un sitio nuevo que está lleno de gente, de ruido, de otros niños, de perros, de palomas... no va a dormir. Va a querer caminar. Va a querer ver esto y aquello y acercarse y tocar aquí y allá.

¿Qué pasa cuando mi hija no duerme su siesta? Al principio nada. Luego empiezan las quejas, los llantos, los quiero-que-mami-y-solo-mami-me-lleve-en-brazos-el-resto-del-día. Tenemos un portabebés, pero mi peque no es fan. Aún así le dimos uso, porque alguien tuvo la genial idea de subir la colina de Filopapos (o de las musas) a mediodía. Cuesta arriba con una niña de 12kg intentando escapar del portabebés. Al menos ya no me volví a sentir culpable por la rebanada de pan con Nutella que me había zampado en el desayuno. 

Y mi hija es buena. Y aguanta. Y aún cuando está increíblemente cansada, se la suele poder manejar. 

Pero si podéis escoger entre cenar a las 18.30 o a las 20.30, por favor recordad que la peque normalmente a las 19 está en la cama. Si planeáis entrar a un restaurante a las 20.30, no vamos a llegar a casa hasta pasadas las 22.30.

¿Soy yo?
¿Estoy loca?

Seguro que algunos opinarán que soy demasiado esclava de mi hija. ¡Ojo! No estoy pidiendo que nadie deje de hacer cosas que quiere hacer por contentar a la niña. Pero no me parece un sacrificio desmesurado intentar planear las cosas con un poco de conciencia. 

Y tengo que decir que los vikingos no tardaron en entenderlo. De buena o de mala gana (imposible de descrifrar a veces con esta gente, pero yo creo que de buena), a medida que iban pasando los días los planes estaban más definidos y más adaptados a las necesidades del troll. Y por ello les estoy sumamente agradecida. Yo sé que soy rara, que seguro que a veces me paso de la raya, pero a veces pequeños cambios que para algunos son casi insignificantes, para otros cambian radicalmente la experiencia. Tener a una niña descansada y feliz (casi siempre) ha hecho de mis vacaciones un placer (a excepción de la última noche, en un restaurante de mierda horrible con una niña que se me quedaba dormida en la silla).
Filopappos Hill Source: www.greeka.com

Yo sé que a día de hoy muchos papás y mamás intentan mantener su ritmo pre-bebé después de la llegada del retoño. Y lo entiendo. Para nosotros ha sido fácil porque siempre hemos disfrutado mucho el estar en casa y no digo que haya que renunciar al 100% a la vida social de uno... pero ¿quizás al 50%? 

En mi opinión (que cada uno tiene la suya), el mejor lugar para los peques es su casa. Por supuesto que tienen que salir y explorar e ir al bosque y a la playa y a la ciudad, pero al final del día donde están mejor es en la seguridad de su hogar. Entre aquello que conocen. Estimulación, sí, pero no sobreestimulación. Equilibrio. Tranquilidad. Y, cuando sea necesario, una niñera.

lunes, 10 de octubre de 2016

En los momentos difíciles no se les quiere menos

Me resulta sumamente frustrante que durante el día me lluevan ideas para llenar el blog, y que para cuando por fín me siento ante el PC todas se hayan desvanecido. Así no hay manera de escribir con asiduidad.

También me da un poco de vergüenza pereza estar escribiendo siempre sobre lo mucho que adoro a mi pequeña, lo rapidísimo que aprende (un día de estos tengo que hacer un listado de todas las palabras que domina, porque ¡ya son docenas!) o lo increíblemente mágico de esta experiencia. Y lo peor de todo es que cuando creo que he encontrado un tema interesante, no consigo recordar si ya lo he sacado antes.

Quizás es hora de dedicar unas líneas a los momentos más difíciles de nuestro día a día para que no se diga que el blog no refleja la realidad porque solo escribo cosas bonitas. En orden tal y como se me van ocurriendo:

1. Esas noches en las que se despierta tres o cuatro veces. Unas veces ha hecho caca y hay que cambiarla (totalmente comprensible, no se la puede culpar por querer un pañal limpio), otras son los dientes (no nos gusta darle demasiada medicación, así que si le empieza a doler un poco, duerme mal) y otras... pues no lo sabemos. Pesadillas, gases, sed (en cuyo caso pide agua muy claramente), take your pick que dirían en inglés. Y sí, si llora nos levantamos. Si se queja esperamos unos segundos para ver si está despierta o simplemente está dando vueltas por la cuna y se vuelve a dormir, pero si llora la atendemos. Y me da muy igual que me digáis que la vamos a malcriar y esto y lo otro. Punto.

Aquí voy a hacer un inciso porque hay algo que me pone de muy mal humor. Si la niña pide que la coja en brazos y lo hago, la opinión general es que la estoy malcriando. Si tiene una rabieta y en lugar de reñirla la consuelo y la abrazo, la estoy malcriando. Si permito que "escoja qué comer", la estoy malcriando. Si me levanto por la noche a consolarla cuando llora, la estoy malcriando. Si dejo lo que estoy haciendo para ir a jugar con ella cuando me llama, la estoy malcriando.
PERO luego, cuando la niña come bien, cuando se porta bien, cuando se acurruca a mi lado, cuando demuestra lo segura e independiente que es, cuando se entretiene sola, cuando comparte sus cosas... entonces la opinión general es "¡qué suerte tienes! ¡qué niña más buena te ha salido!". asdljhasidhpqwneqpwhoiands (esto soy yo conteniéndome las ganas de escribir una ristra de palabras malsonantes).
Quizás, quizás, la niña es como es porque estamos haciendo algo bien.

2. En relación al inciso, también es muy duro aguantar los juicios de la gente. Los radicales de la crianza del apego piensan que no le di el pecho suficiente (qué más habría querido yo que poder darle el pecho hasta hoy mismo), que no durmió en mi cama lo suficiente, que debería haber dejado mi trabajo para tenerla en casa hasta que cumpla los 3 años. Al otro extremo tenemos a los que piensan que a los peques hay que disciplinarlos, que hay que dejarlos que lloren hasta que se duerman (voy escribiendo esto y sigo pensando que no.me.cabe.en.la.cabeza que haya gente que piense así), que me dirían que soy una blanda y que mi hija me toma el pelo (a tomar por culo freir espárragos los mandaba yo a estos). Hagas lo que hagas siempre va a haber gente dispuesta a juzgarte y criticarte. Yo sé que no soy perfecta, pero vosotros tampoco. 

3. Venga va, añadiremos las rabietas. Qué palabra más horrible, rabieta. Yo a partir de ahora voy a llamarlas crisis emocionales, porque eso es lo que son. Hace poco más de 17 meses, el pequeño troll aún no había visto la luz del sol. Como adultos entendemos que aún después de nacer nuestro bebé se sigue desarrollando. Su cuerpo crece y se endurece, su coordinación, su equilibrio, sus movimientos se afinan. Sabemos y comprendemos que es un proceso. Y aún así nos sorprendemos soberanamente cuando descubrimos que los peques también necesitan un desarrollo emocional. Pretendemos que una personita que ni siquiera sabe atarse los zapatos consiga lidiar con avalanchas de sentimientos que no puede ni nombrar, ni entender, ni procesar. 
A estas alturas cualquier cosa puede desencadenar una crisis de mayores o menores proporciones. Quería el sandwhich entero y lo has cortado por la mitad. No le has echado suficiente agua en el vaso. Le has echado demasiada agua en el vaso. No entiendes cual de todos los videos musicales que le enamoran quiere ver en ese preciso instante. 

¿Cómo lidiamos en casa con las crisis? Con amor. ¿Funciona siempre? No al instante. Si el llanto está durando mucho nos resignamos a intentar distraerla con algo, pero no es ideal. Lo ideal es poner palabras a lo que está sintiendo, explicarle que es normal, ofrecer contacto físico si lo quiere y dejar que la crisis siga su curso y pase por si sola. Y la próxima vez, preguntar antes de cortar el sandwhich.

4. Los momentos "¿dónde está mi "yo" de antes de ser mamá?". Soy consciente de que este sentimiento es pasajero y es producto del hecho de vivir en medio de la nada y a 45 minutos en coche de mis amigos más cercanos. Tampoco es muy frecuente. Pero no por eso es menos difícil.
En general me ayuda el pensar que todo este tiempo que le dedico a ella (volvemos al tema de la crianza del apego) es una inversión en su futuro. Pero que mami tuviera una noche libre de vez en cuando tampoco le haría ningún mal (sobretodo porque se va a dormir a las 7). El problema es la pereza absoluta que le da a mamuchi tener que meterse en el coche una hora y media para igual estar por ahí dos horas.


5. La número 5 en realidad debería ser la número 1, porque es lo más difícil de todo este proceso: verla sufrir. Por más que quieras a tu hija, por más que hagas todo lo posible por ahorrarle sufrimiento, la pequeña va a llorar. Va a tener días de fiebre, de dolor de muelas, de sueño sin poder dormir (y recemos para que sólo sean esas minucias). Y oír ese llanto y no poder hacer nada, eso es lo más duro de todo.